Recordaba al joven vagamente. De hecho, casi ni se había atrevido a mirarle. Hacía muchos años que le habían impuesto la mesura como norma estricta en aquella casa de tiranteces engarzadas por arranques de soberbia y altivez. No obstante, algo le decía que tanta urgencia y esmero por agradar merecía un esfuerzo para lograrlo, y soñó que soñar no era soñar sino vivir. Y quiso vivir su propia aventura, y quiso gritar, y quiso bailar, y quiso reír.
Puso rostro a su fantasía. Rostro, voz, aroma, gestos. Imaginó su mano arrogante apropiándose de su cintura. Y soñó. Soñó que le amaba. Soñó que era correspondida. Y se obsesionó con quereres que ya no se le antojaban imposibles. Y conjuró a la luna, para dejarse hechizar por las hadas.
To be continued
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