viernes, 28 de septiembre de 2012

Días grises

Preciso de un nuevo amanecer de ilusiones, de un nuevo despertar en vos. No obstante, la lluvia agua el recuerdo, que semeja cada vez más lejano. La frialdad se adueña de nuestras entrañas para dar paso a la hambrienta apatía, que, carroñera, amenaza con ahogarme una vez más. 

Os echo de menos, y ni si quiera sé si sabré cómo gritarlo. Ni siquiera sé si quiero hacerlo. 

El miedo me corroe, porque temo que el silencio sea la respuesta más amable de cuantas podáis otorgarme.

Nunca eché raíces en vos. Es cierto. Nunca lo permitisteis. Y, pese a ello, abrigarme en vuestro abrazo fue como descubrir el mejor de los refugios. En él, me olvidé de tempestades, y en vuestra mirada serena creí de nuevo en la posibilidad de derrotar al desamor. Ése que, sutilmente, convirtió mi día a día en una sucesión de inviernos que semejaban ser morada. 

A cubierto de los altibajos de la marea y del furor de tempestades, en vos encontré la primavera, llena de perfumes nuevos, de color... y también de calma. Y atisbé en vuestro tacto, sabio en la entrega, el ardor del verano. Renacía así por fin al deseo, ajado por tanto desconsuelo de noches amargas y días grises. 

Pero no es vuestro momento. Tampoco el mío. Por más que me empecine en soñaros, amor.

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