viernes, 26 de octubre de 2012

¿Qué fue de esa quimera llamada felicidad? ¿Hemos dejado vencer a nuestros demonios, a ésos que llamamos miedos? ¿O acaso nos ciega en exceso la luz al otro lado de la caverna?

Ya está bien. Dejemos de empecinarnos una y otra vez en conformarnos con las pequeñas miserias de la cotidianidad, de repetirnos el "podría ser peor". Claro que puede ser peor, pero también mejor. 

Según defendían los seguidores de Epicuro, es menester disfrutar de lo que nos viene dado, de las pequeñas cosas, sin búsquedas o competiciones constantes que sólo nos llevarían a la angustia. Pero ellos tan sólo buscaban el placer. 

Negarnos a avanzar simplemente por miedo a perder es limitarnos. 

La cobardía nunca condujo a la felicidad, pues jamás nos permitirá completarnos ni contribuir a la dicha de otros. Y no hay que olvidar que el placer individual siempre nos sabrá a poco, ya que la felicidad, normalmente, mora en los ojos en los que nos vemos reflejados: hijos, padres, hermanos, amigos, amores, amantes e incluso en los de aquel desconocido que, sin saber muy bien cómo, pasa a ser parte de nuestra vida, aunque sea sólo por un instante.

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