viernes, 7 de febrero de 2014

Te has acostumbrado a marchar, como un invitado que, satisfecha la cortesía, teme incomodar con su presencia y se va en lo álgido de la fiesta. Y ya no hay sorpresa en tu ausencia. Ni sorpresa, ni llanto, ni miedos. Solo nostalgia y paciencia, mientras la vida se nos escapa sin compartirnos. Pero nada puedo hacer para retenerte. Solo beber de tus palabras; aquellas que guardé para guarecer tu recuerdo y saborearlas en tiempos de helada, como si fueran versos. Pero ninguna me arde; ninguna me sacia. De nada sirve la poesía cuando lo que tengo es sed de ti, y de esa sonrisa danzando en tus ojos cuando me miras; y del pecado espoleando nuestra piel, a punto de desgarrarla.
Sé que volverás. Cómo no saberlo, si con esas idas y venidas me haces sentir como aquella niña que fui y que, acostumbrada a la rutina del colegio, sabía que, al acabar la jornada, vendrían a buscarla una vez más. Pero, siempre fui algo traviesa. Y, como detesto la normalidad, tal vez opte por emprender camino. No sé si para buscarte o, simplemente, para no esperar más.

No hay comentarios: