Nuestro momento más íntimo... fue en el baño de aquel tren. Y digo nuestro y me resulta difícil decir nuestro. En el fondo le soy ajena y me es ajeno. Fue en aquel Estrella con procedencias y destinos diferentes, con compartimentos separados. El suyo para hombres. El mío femenino, pero sin coquetería o... tal vez sí... el de la presunción que salía a borbotones de la tercera en discordia a la que, yo confieso, escuché con mirada aprobadora. Era una mujer mayor, para qué discutir. Había llegado a Castilla para ocuparse de asuntos familiares y regresaba a Cataluña para hacerse cargo de los propios. La esperé. Tenía curiosidad por saber quién sería. Sólo estábamos ella, yo y mi pequeña maleta, en la que sólo cabían mentiras piadosas como justificantes del viaje. Mentiras aprisionadas entre mi lencería, que ya sólo vestía de riguroso luto. La espera, la luz encendida, la consciencia de saber que no habría nuevos encuentros. Todo dio pie al inicio de una charla, que no se medía en tiempo, sino en kilómetros. Luz y una puerta entornada fueron la única invitación que precisó para acercarse a nuestro compartimento. Cuando asomó por la puerta, noctámbulo y algo febril, creí poder catalogarle. ¡Qué osada es a veces la ignorancia! Mi primera impresión fue que se trataba de un niño bien al que le gustaba "disfrazarse" de "alternativo" para denunciar injusticias cuya esencia, en el fondo, desconocía. No obstante, y pese a mi crueldad inquisidora, mi actitud complaciente despertó pronto los guiños. El discurso de moralidad no contravenido sólo era interrumpido por sonrisas cómplices que sólo desvelaban las miradas y por palabras de aplauso llenas de hipocresía tolerante. Unas palabras tan falaces que me ardían en la boca al ser pronunciadas, pero que incluían un para qué discutir si ya es tarde para despertar conciencias autoanestesiadas con convicciones aferradas al alma. Nuestro momento más íntimo, decía, fue en el baño sucio de aquel tren. Mientras él me sujetaba el pelo, yo intentaba en vano no resultar excesivamente vulgar, aunque no podía contener los estragos reparables que el traqueteo y el discurso de moralidad con arrestos de machismo y xenofobia habían hecho en mi estómago. Después llegaron otros: ya a solas con el libro que esa noche me dejó. No recuerdo cómo se llamaba. Tal vez Francisco. Sólo el título de aquella obra que él sabía me conmovería.
"(...) y acusándome de una falta que no había cometido, le dije que había hecho lo que hacen las mujeres. (...) el buen padre me pintó el mal tan grande, que concebí que el placer debía ser extremo; y al deseo de saber sólo en qué consistía, sucedió el de enterarme por mí misma". (Carta LXXXI, de la marquesa de Merteuil al vizconde de Valmont. "Las amistades peligrosas", Choderlos de Laclos)
miércoles, 13 de junio de 2007
Aquel tren
Nuestro momento más íntimo... fue en el baño de aquel tren. Y digo nuestro y me resulta difícil decir nuestro. En el fondo le soy ajena y me es ajeno. Fue en aquel Estrella con procedencias y destinos diferentes, con compartimentos separados. El suyo para hombres. El mío femenino, pero sin coquetería o... tal vez sí... el de la presunción que salía a borbotones de la tercera en discordia a la que, yo confieso, escuché con mirada aprobadora. Era una mujer mayor, para qué discutir. Había llegado a Castilla para ocuparse de asuntos familiares y regresaba a Cataluña para hacerse cargo de los propios. La esperé. Tenía curiosidad por saber quién sería. Sólo estábamos ella, yo y mi pequeña maleta, en la que sólo cabían mentiras piadosas como justificantes del viaje. Mentiras aprisionadas entre mi lencería, que ya sólo vestía de riguroso luto. La espera, la luz encendida, la consciencia de saber que no habría nuevos encuentros. Todo dio pie al inicio de una charla, que no se medía en tiempo, sino en kilómetros. Luz y una puerta entornada fueron la única invitación que precisó para acercarse a nuestro compartimento. Cuando asomó por la puerta, noctámbulo y algo febril, creí poder catalogarle. ¡Qué osada es a veces la ignorancia! Mi primera impresión fue que se trataba de un niño bien al que le gustaba "disfrazarse" de "alternativo" para denunciar injusticias cuya esencia, en el fondo, desconocía. No obstante, y pese a mi crueldad inquisidora, mi actitud complaciente despertó pronto los guiños. El discurso de moralidad no contravenido sólo era interrumpido por sonrisas cómplices que sólo desvelaban las miradas y por palabras de aplauso llenas de hipocresía tolerante. Unas palabras tan falaces que me ardían en la boca al ser pronunciadas, pero que incluían un para qué discutir si ya es tarde para despertar conciencias autoanestesiadas con convicciones aferradas al alma. Nuestro momento más íntimo, decía, fue en el baño sucio de aquel tren. Mientras él me sujetaba el pelo, yo intentaba en vano no resultar excesivamente vulgar, aunque no podía contener los estragos reparables que el traqueteo y el discurso de moralidad con arrestos de machismo y xenofobia habían hecho en mi estómago. Después llegaron otros: ya a solas con el libro que esa noche me dejó. No recuerdo cómo se llamaba. Tal vez Francisco. Sólo el título de aquella obra que él sabía me conmovería.
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1 comentario:
Nada como un buen libro para olvidar un mal baño...
Escrito por Chica simple 12/06/2007 15:32
Un libro, cómo no, de lucha, valentía, fuerza...
Escrito por MarkesaMerteuil 12/06/2007 16:35
Prefiero uno de intriga, son casi mas humanos. Además no hacen pensar tanto.
Escrito por Chica simple 12/06/2007 18:21
En uno de intriga también puede haber todo eso, aunque no era el caso...
Escrito por MarkesaMerteuil 12/06/2007 18:35
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