Dejé a un lado el negro elegancia...
y pese a todo, en el espejo,
todavía me reencuentro.
Los ojos, igual de brillantes.
La sonrisa, mi cabello.
De nuevo la misma;
la misma, de nuevo.
La diferencia, en la mirada.
Tenaz se ha nublado contigo
en amargura y desconcierto.
Y no estás, y aún estoy.
Desconcierto, y llanto,
y desconsuelo...
Y mis manos sin tu tacto,
desnudas de caricias,
desnudas e inútiles
sin tu faz bajo mis dedos.
Desnudas sin tu rostro;
aquél que, ya marchito,
abría aún camino al recuerdo.
Y ya ni siquiera te busco,
y ya ni siquiera me pierdo.
Pero aún te pienso.
Amargura, y llanto.
Llanto y miedo.
Y tu pañuelo impoluto,
plegado en un rincón baldío;
plegado y sin arrestos
para alojar mi desconsuelo.
Desconsuelo de llanto,
de llanto y desconcierto.
Desconsuelo de amargura,
de amargura y de silencio.
Dejé a un lado el negro elegancia
y lo sustituí por un luto acérrimo.
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