Y siento el estío de su mirada, clavándose en mi retina. Estalla en miles de ocasos, que se pierden en el horizonte de mis niñas rutilantes y anaranjadas.

Y escucho su voz, que se torna aliento. Su voz cálida meciendo mis párpados adormecidos. Y se transforma entonces en sueño, para dulcificar despertares. Y su recuerdo amanece de nuevo acariciando con su cabello mi cintura, que le besa en silencio.

Y abro los ojos, y ya no está. Sólo su poso anidando en mi pecho, que se eriza de nuevo al pensarle.

Y cierro los ojos, para buscar su boca en otras bocas. Y ya nada importa. Sólo los dos, bailando sobre las olas...