Como en una competición amable, corren para instalarse en el mejor puesto tras escaquearse de la policía. Sonríen y se miran con complicidad después de tanta aventura compartida.
Los conocen como manteros, pues de una manta, sábana o similar se valen para recoger en un rápido gesto su mercancía aderezada con la seña de marcas falsificadas. Marcas presuntamente prestigiosas, que fabrican sus piezas casi exclusivas en mercados denostados si a los artículos en venta no se les agrega la etiqueta de una firma concreta. Marcas que fabrican justo en el lugar de procedencia de los productos denominados falsificaciones. Marcas que fabrican a costa de muchos; a costa de sus sudores y de su hambre.
Las calidades del stock que se vende sobre una manta, sábana, mantel o similar son tal vez efímeras. No lo niego. Son tan efímeras como el tiempo en el que serán moda los auténticos productos de la prestigiosa marca que imitan. Y es que las tendencias huyen tan rápido como lo hacen los manteros de la policía.
Y mientras unos se ven obligados a perseguir a los que a su carga suman la de las nostalgias, otros, que apuestan por la connivencia, compran sin mesura. Compran y regatean, sin tener presente la precariedad que consienten y que alimentan.
"Soy mantero, porque tengo que comer". Una frase repetida por unos y otros, sí. Pero una frase propiciada precisamente también por los grandes capitales que alientan la precariedad y la inestabilidad en el empleo. Que destinan cantidades ingentes a comprar las ideas de cuatro, que cayeron en gracia, y que regatean el sudor diario de sus productores. Que esclavizan y que olvidan que detrás de su negocio hay cientos de personas: desde los que fabrican hasta los que compran. Olvidan que si la rueda deja de girar, que si la gente deja de percibir salarios dignos (algo que me temo que ya ha ocurrido), no podrán mantener su trayectoria ascendente. Sólo especular. Y la montaña se viene abajo y es entonces cuando mesan sus barbas y nos piden de nuevo un esfuerzo más.
Nos hablan de crisis, sí. Pero la crisis no es actual. La crisis está enraizada desde hace al menos diez años, pero, haciéndonos soñar con las posibilidades inversoras, no sólo nos la ocultaron, sino que la engrandecieron a fin de seguir produciendo lo innecesario y comercializando a precios desorbitados.
Pronto llegarán las quiebras. Las de decenas de familias que habrán de renunciar a su hogar, al sueño que tanto les costó construir. Y nadie hará nada, porque a nadie le importa el otro y porque, cuando esto ocurra, los grandes capitales se habrán recuperado a su costa y, una vez superado el bache, ya nada más es relevante.
Desde su atalaya económica, que no moral (porque la moralidad la perdieron cuando decidieron especular no sólo con dinero, sino también con las vidas de muchos), mirarán por encima del hombro al mantero, al mendigo, al ambulante, al trabajador que sumido en la precariedad y sin visos de medrar alimenta su producción innecesaria... Y el ciclo seguirá. Y el abuso continuará. Y nadie hará nada para cambiarlo ¿o sí?
No hay trabajo. El paro aumenta. El capital de nuestros impuestos debe destinarse a prestaciones por desempleo. Todo se encamina a la quiebra. Y, mientras tanto, los absurdos proponen trabajar no más de 65 horas semanales (¿diez diarias y cinco los domingos?). Será por lo de la conciliación de la vida familiar y laboral. Para eliminar el problema, erradiquemos la vida familiar y ya no habrá conflicto. No se prevé una reducción de la jornada laboral para propiciar la incorporación de nuevos contribuyentes a las arcas del Estado o para evitar que nuestros hijos crezcan con desconocidos o que nuestros mayores mueran en soledad o entre gente hasta el momento ajena. En lugar de ello, se propone esclavizar a unos pocos y sumir en la miseria a los más. ¿Qué está pasando? ¿En cuánto podemos cifrar el retroceso?
Creo que yo también apostaré por invertir. Voy a invertir mis ahorros en comprar sonrisas*, que, aunque nacidas del momento y empobrecidas por la coyuntura real que todo lo ensombrece, son bastante más productivas que cualquier usura. Las sonrisas derivan en salud. Ser un carroñero, por contra, únicamente nos lleva a la úlcera y a la podredumbre mental. Cuando el individuo pierde de vista a sus iguales, todo huele a inmundicia.
* Lo malo es que el dinero escasea. Optaré, pues, por cambiar el verbo comprar por el verbo trocar: ofreceré la mía a fin de recibir las ajenas. Y, si sale bien, por qué no, aumentaré la producción y llevaré el trueque allá donde se demande un ratito de felicidad. ¿Alguien se apunta?
7 comentarios:
me apunto al trueque, siempre y cuando por intercambiar mas de dos sonrisas, venga un beso de regalo ;)
Te cambio sonrisas por sueños a la carta que es lo único que nos queda... soñar, de momento es gratis, veremos si soñando arreglamos esta crisis, no veo otra manera, a lo mejor se nos ocurre una idea genial, niña.
Sueños, contra la apatía y vitaminaC :))
Si encuentras a alguien que venda, me lo dices, MARKESA. Un beso.
Yo ya te conté mi "historia" con el mantero del San Froilán. No regateé nada, porque no soy capaz, pero por "ser simpática" me dejó dos figuritas de madera por 10 euros, cuando al principio me ofrecía una sola por la misma cantidad.
No sé cuanto costará hacerlas, seguro que aún vendiéndolas a 1o euros le saca beneficio. Pero esa misma figura en el Corte Inglés no bajaría de los 50 euros y de ahí para arriba.
Todo es cuestión de negociarlo, Cat's, todo es cuestión de negociarlo. En algún caso creo que ni siquiera hacen falta dos para obtener el extra de complicidad.
Ay, Dianna, que me gusta también la propuesta. Yo soñaré con sonrisas sin hambre. ¿Te parece?
Jordi... para ti son regaladas. Es lo que tienen esos besos, que... provocan felicidades... ;)
Veca, lo tuyo es el claro ejemplo de que la sonrisa funciona. Ser afable realmente no debería costarnos nada, pero... para algunos es tan inusual la simpatía que... no pueden por más que premiarla.
Lo de la crisis actual es de traca.... En todas las crisis pagan los mismos, los curritos, pero el descaro con que se ha hecho en esta, no lo recordaba.
Esta crisis la ha provocado la avaricia de unos cuantos y la estupidez de todos cuantos han creído que podía jugar a la bolsa, comprarse un piso y ser millonarios como los peces gordos, sin darse cuenta que los estaban estafando... Ahora pagamos todos con nuestros impuestos... Y eso sí, los empresarios siguen con lo de la moderación salarial - se la podían aplicar ellos mismos - y flexibilidad en el despido... Si es que somos gilipollas por seguir tragando...
No se...como mi sonrisa es permanente tengo muchas para dar (ni tan si quiera quiero trueque).
Aunque ahora mismo, después de leer esto, recuerdo porque hace días quelos telediarios me provocan ansiedad.
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