La Marquesa de Merteuil
"(...) y acusándome de una falta que no había cometido, le dije que había hecho lo que hacen las mujeres. (...) el buen padre me pintó el mal tan grande, que concebí que el placer debía ser extremo; y al deseo de saber sólo en qué consistía, sucedió el de enterarme por mí misma". (Carta LXXXI, de la marquesa de Merteuil al vizconde de Valmont. "Las amistades peligrosas", Choderlos de Laclos)
sábado, 6 de septiembre de 2014
viernes, 15 de agosto de 2014
Nos debemos un tango hecho de risas y de miradas de esas de entonces, de esas que se nos perdían en los labios. Un tango que se prolongue hasta el alba y nos haga cómplices de amaneceres. Un tango en el que todo gire en torno a tu cintura y a mi cintura, rendidas a la cadencia de bailes compartidos y a manos que sostienen y acarician, para acompasar el ritmo de la luna que se va y del calor que se nos viene.
Nos debemos un tango. Pero se nos ha hecho tarde.
Nos debemos un tango. Pero se nos ha hecho tarde.
jueves, 17 de julio de 2014
Laberintos de penas
A veces dudo de ese tiempo en el que el amor nos hacía grandes, y éramos vida. De ese tiempo lastrado hoy por distancias y por el silencio de píxeles hechos palabra. Luces de color sin pulso, sin las huellas de la individualidad que otrora trazábamos con las manos, intentando acariciar a un nosotros lejano, pero presente en un oasis que creíamos perpetuo. Pero ahora no hay miradas, no hay encuentros, no hay papel. Nada. Solo pantallas calibradas a la medida de nuestra retina fría, incapaz ya de guarecer complicidades.
¿A quién culpar? No fue el invierno. Ni su escarcha rutilante. Simplemente se desmoronó ese lugar llamado felicidad a golpes de ausencias de tu piel en mi piel. O tal vez... Quizás nunca tuvimos morada. Solo sueños alimentados por lo que creíamos primavera. Pero hoy se desdibuja en retazos vagos; ella, y sus flores, y su aroma fresco, y ese recuerdo en el que vegetamos y que nos otorga un leve hálito para perseguir a ese amor que nos esquiva, mientras recorremos laberintos de penas.
¿A quién culpar? No fue el invierno. Ni su escarcha rutilante. Simplemente se desmoronó ese lugar llamado felicidad a golpes de ausencias de tu piel en mi piel. O tal vez... Quizás nunca tuvimos morada. Solo sueños alimentados por lo que creíamos primavera. Pero hoy se desdibuja en retazos vagos; ella, y sus flores, y su aroma fresco, y ese recuerdo en el que vegetamos y que nos otorga un leve hálito para perseguir a ese amor que nos esquiva, mientras recorremos laberintos de penas.
viernes, 20 de junio de 2014
lunes, 16 de junio de 2014
martes, 13 de mayo de 2014
Noches de música, de bailes y de fiesta
El presente se pervierte al punto de engullir pasados y futuros, arrebatándoles, en frivolidades desmedidas, cualquier licencia para devolvernos a realidades. La perspectiva yace diluida, tras recortar distancias, y la amistad se vuelve categórica, tras esquilmar cualquier vestigio de la existencia previa de una paleta multicolor. Y la noche se vuelve común: se vuelve fiesta.
Pero, de pronto, algo lo envuelve todo en melancolía y me devuelve a ti. Y es entonces cuando miles de sonrisas pueblan mis labios que, con el hambre atenuada por el tiempo, te nombran una vez más para fantasear con un futuro improbable y ese pasado que todavía me golpea el pecho.
La culpable es sin duda la luna que, circular, me lleva a ti: con quien me regocijé en el privilegio de vivir lo sublime. Y por eso mis retinas dibujan tu ciudad en la que callejeo lenta, preguntándome dónde estarás, mientras me pierdo en el torbellino de sentires que semejaban muertos y que ahora se desperezan.
Y probablemente la responsable sea aquella mirada que me recuerda a ti; a ti que rompiste las barreras de lo finito arrebatándome la consciencia de lo imposible. Y de nuevo acaricio tu rostro intangible, negándome a despertar de este sueño que me conforta con ternuras viejas, mientras imagino que, en otros cuerpos, aun me piensas.
Y es por ello que me aferro a tu abrazo de aire, como tantas noches de música, de bailes y de fiesta en las que algo me devuelve a ti: a quien no supe amar de tanto amarte.
jueves, 24 de abril de 2014
Echo de menos hacernos el amor, como si el mundo pudiese esperar. Pero, en la perpetua lucha de egos que hemos cultivado, decidimos erigirnos en imprescindibles, como si eso fuese cierto. Y la verdad es que no somos ejes de nada, ni siquiera de nuestra propia voluntad. Y, mientras todo gira ajeno, nos soñamos artífices de un todo, creyendo, obcecados por nuestra propia autocomplacencia, que ese movimiento satelital depende de nosotros. El protagonismo que creemos tener es, precisamente, el que nos destruye, condenándonos a las renuncias y a una insatisfacción perenne.
lunes, 14 de abril de 2014
Ahora soy yo la que se retrae merced a esas ganas de reconstrucción que no prevén espacio para alojarte y que, sumergidas en la tibieza, no hallan ni el camino ni las fuerzas para luchar contra la apatía de saberme en donde no quiero estar. El inconformismo lacera, pero solo a veces, solo cuando echo la vista atrás para recordar que, cuando aun tenía sueños, era capaz de volar. Pero me acomodo en la desesperanza y tapio las rendijas que, al otro lado, me mostraban lo que implicaba la ilusión.
No quiero seguir escudando mi quietud en aquello que me exijo, en aquello que me destruye. Pero aun no soy capaz de vislumbrar otros modos que mantengan intacto el afán de responsabilidad. Y es por ello que estoy cansada de mí, de la coyuntura, incluso de nosotros, pese a que aun sin saberlo eres quien de otorgarme las fuerzas que, en su hastío ante mi dejadez, acabaron por abandonarme.
Pero esas ganas de reconstrucción carecen de proyecto y, por tanto, aun no me apremian. Ni me apremian ni te contemplan, puesto que, de hacerlo, acabarían por sepultar el nosotros bajo los escombros de mi propio hartazgo, ese que he de demoler a golpes de un entusiasmo que me escapa antes incluso de fraguarse.
En todo caso, solo cuando me venza, podré recrearme. Y solo entonces podré redistribuir los espacios sin que ninguno se angoste, hacerme hogar y acoger, por fin; cálida y luminosa.
No quiero seguir escudando mi quietud en aquello que me exijo, en aquello que me destruye. Pero aun no soy capaz de vislumbrar otros modos que mantengan intacto el afán de responsabilidad. Y es por ello que estoy cansada de mí, de la coyuntura, incluso de nosotros, pese a que aun sin saberlo eres quien de otorgarme las fuerzas que, en su hastío ante mi dejadez, acabaron por abandonarme.
Pero esas ganas de reconstrucción carecen de proyecto y, por tanto, aun no me apremian. Ni me apremian ni te contemplan, puesto que, de hacerlo, acabarían por sepultar el nosotros bajo los escombros de mi propio hartazgo, ese que he de demoler a golpes de un entusiasmo que me escapa antes incluso de fraguarse.
En todo caso, solo cuando me venza, podré recrearme. Y solo entonces podré redistribuir los espacios sin que ninguno se angoste, hacerme hogar y acoger, por fin; cálida y luminosa.
lunes, 24 de marzo de 2014
Despojarme de ti y de los recuerdos de las dichas nacientes, que fenecieron antes de ser plenas.
Desecar las sales de mi rostro, las que surcaban mejillas para alimentar el desconsuelo.
E insistir en mí, como refugio en tempestades y en hastíos.
Y, por fin, penar. Penar hasta que las canciones de desamor ya no duelan.
Y, desnuda de ti, caminar de nuevo por esa playa, llena de sol, en la que hace tiempo que la marea desdibujó nuestras huellas parsimoniosas. Esas que vagaban paralelas, para mirarse en besos de melancolía. Caricias en los labios como presagio cierto de la ausencia de un nosotros.
Desecar las sales de mi rostro, las que surcaban mejillas para alimentar el desconsuelo.
E insistir en mí, como refugio en tempestades y en hastíos.
Y, por fin, penar. Penar hasta que las canciones de desamor ya no duelan.
Y, desnuda de ti, caminar de nuevo por esa playa, llena de sol, en la que hace tiempo que la marea desdibujó nuestras huellas parsimoniosas. Esas que vagaban paralelas, para mirarse en besos de melancolía. Caricias en los labios como presagio cierto de la ausencia de un nosotros.
viernes, 7 de febrero de 2014
Te has acostumbrado a marchar, como un invitado que, satisfecha la cortesía, teme incomodar con su presencia y se va en lo álgido de la fiesta. Y ya no hay sorpresa en tu ausencia. Ni sorpresa, ni llanto, ni miedos. Solo nostalgia y paciencia, mientras la vida se nos escapa sin compartirnos. Pero nada puedo hacer para retenerte. Solo beber de tus palabras; aquellas que guardé para guarecer tu recuerdo y saborearlas en tiempos de helada, como si fueran versos. Pero ninguna me arde; ninguna me sacia. De nada sirve la poesía cuando lo que tengo es sed de ti, y de esa sonrisa danzando en tus ojos cuando me miras; y del pecado espoleando nuestra piel, a punto de desgarrarla.
Sé que volverás. Cómo no saberlo, si con esas idas y venidas me haces sentir como aquella niña que fui y que, acostumbrada a la rutina del colegio, sabía que, al acabar la jornada, vendrían a buscarla una vez más. Pero, siempre fui algo traviesa. Y, como detesto la normalidad, tal vez opte por emprender camino. No sé si para buscarte o, simplemente, para no esperar más.
Sé que volverás. Cómo no saberlo, si con esas idas y venidas me haces sentir como aquella niña que fui y que, acostumbrada a la rutina del colegio, sabía que, al acabar la jornada, vendrían a buscarla una vez más. Pero, siempre fui algo traviesa. Y, como detesto la normalidad, tal vez opte por emprender camino. No sé si para buscarte o, simplemente, para no esperar más.
martes, 4 de febrero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
Con logros efímeros, el camino no es más que un trayecto cimentado en derrotas, que rara vez sirven como impulso para avanzar. Y el paso se vuelve errático, en busca de una meta, la única; la que ni siquiera reconocemos, pero que es inexorable. Nos empecinamos, pues, en rehusar que es la muerte y dotamos de fulgor a los pequeños hitos que jalonan el trayecto al ocaso. Su brillo lo eclipsa todo, incluso nuestros pasos, que desnudamos de sensaciones hasta desvanecerlos. Nada queda de esas huellas, ni siquiera polvo en los zapatos; o eso queremos creer cuando nos negamos a mirar atrás, temerosos de que el retroceso nos muestre el absurdo de un caminar hacia lo desconocido, guiados únicamente por una luz que nos abotarga hasta ahogar los pequeños placeres. Y superamos un propósito, para, sobre sus rescoldos, intentar continuar el camino en pos de otro nuevo, que tampoco nos llenará. Y aunque nos ardan los pies, seguiremos hacia oasis nuevos, pues, cegados por el ansia, no veremos que, como los precedentes, se empequeñecerán al ocuparlos o que, simplemente, son espejismos derivados de nuestra sed.
Pero tal vez haya quien, tras haber visto pasar su trayecto a cámara rápida, descubra que lo desperdició buscando, y lamente haber convertido en simple anécdota la aventura épica que, sin darse ni cuenta, le estaba abrazando. Y tal vez entonces halle la meta, la única, con su ocaso infinito y su luz indescriptible, a punto de apagarse.
Pero tal vez haya quien, tras haber visto pasar su trayecto a cámara rápida, descubra que lo desperdició buscando, y lamente haber convertido en simple anécdota la aventura épica que, sin darse ni cuenta, le estaba abrazando. Y tal vez entonces halle la meta, la única, con su ocaso infinito y su luz indescriptible, a punto de apagarse.
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