jueves, 17 de julio de 2014

Laberintos de penas

A veces dudo de ese tiempo en el que el amor nos hacía grandes, y éramos vida. De ese tiempo lastrado hoy por distancias y por el silencio de píxeles hechos palabra. Luces de color sin pulso, sin las huellas de la individualidad que otrora trazábamos con las manos, intentando acariciar a un nosotros lejano, pero presente en un oasis que creíamos perpetuo. Pero ahora no hay miradas, no hay encuentros, no hay papel. Nada. Solo pantallas calibradas a la medida de nuestra retina fría, incapaz ya de guarecer complicidades.

¿A quién culpar? No fue el invierno. Ni su escarcha rutilante. Simplemente se desmoronó ese lugar llamado felicidad a golpes de ausencias de tu piel en mi piel. O tal vez... Quizás nunca tuvimos morada. Solo sueños alimentados por lo que creíamos primavera. Pero hoy se desdibuja en retazos vagos; ella, y sus flores, y su aroma fresco, y ese recuerdo en el que vegetamos y que nos otorga un leve hálito para perseguir a ese amor que nos esquiva, mientras recorremos laberintos de penas.

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